“Mi país no es Grecia / Y yo (23) no sé si deba admirar / Un pasado glorioso / Que tampoco es pasado”. Este verso pertenece a uno de los célebres poemas de Luis Hernández, y viene a propósito de la polarización surgida tras los resultados electorales. La prensa capitalina, politólogos y científicos sociales ensayan estas semanas diversas lecturas sobre lo acontecido en las urnas: Queda claro que los candidatos que pasaron a segunda representan una misma cosa, la continuidad del modelo económico neoliberal, implementado en los años noventa. Mientras el Frente Amplio, con veinte congresistas se erige como la principal fuerza de oposición que tendremos durante los próximos cinco años.

De entre las múltiples opiniones y lecturas, resalta la de A. Mariátegui, no por brillante, sino por ser representativa de ese reducido sector de la población nacional anclado en los engranajes de poder. Haciéndole coro al ex presidente García, Mariátegui actualiza la predica del “síndrome del perro del hortelano”. Y así, la votación mayoritaria por una opción de izquierda en los departamentos del sur peruano y Cajamarca, es vista como una prueba más de que “la izquierda suele triunfar en donde campean la ignorancia, el resentimiento antilimeño y el abandono”, Mariátegui dixit. Pero va más allá, en su columna del catorce del presente, titulada “El problemático sur” afirma lo siguiente: “Cusco es otra historia: no solo Mendoza es oriunda de allí y todavía hay mucha pobreza, sino que aún muchos allí se alucinan los romanos del país, los dueños exclusivos de la peruanidad. Creen que los malvados limeños les hemos quitado la capitalidad y que son pobres por nosotros. ¡Si aún siguen hablando rencorosos de la conquista española como si hubiera ocurrido la semana pasada! No, vecino, no solo es la pobreza. Hay un tema de mentalidad también”.

Y acierta, respecto a la visión de país y de Nación, hay un tema de mentalidades, de diferencias no de clase o socioeconómicas, sino étnicas, vale decir diferencias culturales. Y tiene razón porque el Perú no es Grecia, y eso lo dice también Bryce Echenique cuando afirma que “no es lo mismo un desnudo griego a un calato peruano”, y es un tema de puntos de vista colectivos, que en función a las dinámicas de poder dan forma a verdades paradigmáticas y nutren los discursos hegemónicos.

Siendo como somos un país que fue colonia de una potencia extranjera, mantenemos como lastre un legado colonial, donde las culturas originarias son vistas por debajo de lo occidental, y según esta consideración las instituciones económicas, y hasta religiosas (como el culto al agua y la relación de reciprocidad con la naturaleza) de estas poblaciones no son compatibles con el mundo moderno, entendido como progreso y desarrollo. Entonces, cuando personas como Mariátegui afirman que es necesario educar (por no decir civilizar) a las poblaciones andinas del sur, para que rompamos con esa especie de circulo vicioso que nos mantiene en el atraso, no hacen sino reproducir un discurso colonial.

Al respecto, ha circulado en redes un texto de María Rostworowski: "El mundo andino era demasiado original, distinto y diferente para ser comprendido por hombres venidos de ultramar, preocupados en enriquecerse, conseguir honores o evangelizar por la fuerza a los naturales. Un abismo debía formarse entre el pensamiento andino y el criterio español, abismo que hasta la fecha continúa separando a los miembros de una nación". Visto así, la conquista no pasó hace una semana, sino que continua, y Luis Hernández lo deja claro en ese verso, nuestra historia no puede ser considerada historia pasada, y la izquierda peruana renovada en el Frente Amplio tiene la tarea ahora de luchar por la implementación de medidas que respondan a las demandas de un sector importante de la población nacional.